Las mujeres en México somos 65 millones de personas, el 51.6% de la población. Nosotras vivimos bajo la imposición de una serie de normas que nos relegan a un lugar inferior en la sociedad; somos “la otra mitad”. Este sistema patriarcal diseñado por hombres para su conveniencia, nos ha designado papeles que debemos aceptar para absurdamente justificar nuestra existencia.

El sistema nos asigna dos papeles a interpretar. El primero es ser una “mujer bella”, esta belleza es cuantificada con base en nuestras características físicas, principalmente aquellas que denotan nuestra capacidad reproductiva: el tamaño de nuestros senos, caderas y glúteos, también otras características raciales como nuestras facciones, complexión y tono de piel; además del estatus socioeconómico. Este papel es asignado sólo si cumplimos con la mayoría de los requisitos o si podemos comprar algunos de ellos. Es la mejor opción, porque brinda muchas comodidades y lujos si estamos dispuestas a desempeñarlo impecablemente, implica renunciar a los deseos y sueños que estén fuera de la descripción del personaje; aunque no existe ninguna garantía de que nuestro desempeño sea satisfactorio, la evaluación depende de los deseos del propietario. Este papel tiene sus limitaciones, las mujeres nos volvemos una posesión y un medio de entretenimiento, un objeto expuesto en una vitrina por su dueño para provocar la envidia de otros hombres y mostrar superioridad, un objeto de su propiedad por el que están dispuestos a matar. Existe la posibilidad de que si nuestra “belleza” es lo suficientemente “excepcional”, logremos tener una libertad parcial, dependiente de mantener la belleza y utilizarla como medio de independencia; pero poseer estas características también es considerado una provocación que desencadena el deseo según ellos “incontrolable” de poseer a las mujeres a toda costa aunque sea sólo una vez.  Muchas de las características deseables son efímeras, muchas mujeres intentan desesperadamente ganarle al tiempo, sin importar que tengan que sacrificar su salud; convenientemente esta desesperación ha resultado ser un gran negocio. La recompensa de seguir esta línea es ser aceptadas en la sociedad pero me pregunto ¿Es esto suficiente? El sistema nos valora dependiendo de nuestra “belleza”, porque ésta es objeto de su consumo.

El segundo papel es para todas las mujeres que no completamos todos los requisitos, somos designadas como una alternativa deficiente de lo que se supone deberíamos ser. Disponer de cualidades “mediocres” de mujer nos lleva a interpretar el papel de servicio. Ser una mujer que es útil poseer porque limpiará, atenderá y también estará disponible para satisfacer necesidades sexuales, además no pedirá nada a cambio. Pero poseer a una mujer “mediocre”, es considerado un fracaso, esto provoca violencia hacia las mujeres que no son bellas según el sistema o dejan de serlo. El sistema se ha encargado de que estemos conscientes de que al no ser “bellas” nuestro valor depende de proporcionar servicios. Estos servicios no son remunerados, se han denominado como una consecuencia de ser una mujer; desempeñar estas labores limita nuestro desarrollo y éstas han sido usadas para argumentar nuestra inferioridad como género. Bajo esta lógica, nuestra importancia e incluso nuestra vida depende de la habilidad de complacer y cuidar.

El sistema nos limita y después nos responsabiliza del lugar que tenemos en la sociedad. Bajo él las mujeres somos consideradas como reemplazables y desechables.

El valor social de los hombres algunas veces también es dependiente de características físicas, pero el contexto es diferente, las oportunidades para subsistir no son iguales para ambos géneros, la belleza se ha convertido en una variable determinante para el desarrollo de las mujeres.

Como seres humanos nuestros cerebros tienen una capacidad limitada de procesamiento de información o atención, ésta se enfoca en la supervivencia cuando no tenemos acceso a alimento, hogar y seguridad. Las consecuencias de la discriminación causada por la deuda histórica del reconcimiento de los derechos de las mujeres, ha formado grandes barreras hechas de desigualdad de oportunidades, discriminación y violencia. Todos los días debemos escalar esos muros, esto consume gran parte de nuestros recursos y energía. Así que competimos con una gran desventaja en una carrera donde los primeros lugares ya están decididos.

Sin importar cual sea nuestro rol asignado, el resultado de nuestra constante deshumanización ha sido la violencia. La brutalidad del patriarcado ha quedado grabada en nuestras mentes, vemos con terror cada uno de los cuerpos de las mujeres que han sido asesinadas por sus “dueños” e ignoramos cada cartel con la cara de una mujer desaparecida imaginando que si lo hacemos tal vez no seremos la próxima. Este mundo es insaciable, con un gran apetito por mujeres, especialmente este país. Tiene una cuota de 11 mujeres en promedio al día. Quiero quejarme especialmente de esos promedios, que dejan a mujeres muertas aún más invisibilizadas, ellas, son condenadas a representar cifras desestimables, como si el valor de la vida y sueños de una mujer se pudiera cuantificar. Terminan borradas de los recuentos con el objetivo de entregar resultados simples a una sociedad indiferente al sufrimiento de nuestras hijas, madres, hermanas y amigas.

Nosotras siempre hemos estado aquí, pero nuestra voz ha sido silenciada con tal violencia que ha dejado cenizas y huesos en las hogueras, el sistema ha dejado lagos carmesí a su paso para recordarnos que las mujeres somos desechables. Ese miedo ha despertado nuestros instintos de supervivencia más básicos, tratando de sobrevivir a costa de otras mujeres, intentando agradar a nuestros verdugos al ser indiferentes o cómplices de la violencia. Quiero informarles que el miedo en muchos casos también se ha transformado en fuerza y ha despertado rabia, resistencia y una gran sororidad.

Este sistema cuenta con que aprendamos a vivir con las injusticias, nos engaña con promesas de una vida aceptable si obedecemos. No fuimos hechas para obedecer y servirles, somos mucho más que nuestros características reproductivas, no nos vamos a resignar a vivir de esta forma, ya no creemos la mentira de que poner la otra mejilla nos va a salvar. Nuestro silencio es muy cómodo para el sistema, alzar la voz significa retarlo y volvernos un maravilloso problema. Una contra el sistema probablemente no logre cambios a gran escala, pero las suma de cada uno de nuestros esfuerzos estoy segura de que hará historia. La unión de la “otra mitad” del mundo peleando por sus derechos y autonomía, será uno de los mejores cambios que nuestras generaciones pueden dejar a la humanidad. El sistema no hará ninguno de estos cambios, así que debemos hacerlos nosotras. No nos responsabilizaremos nunca más de la violencia ejercida sobre nosotras, ni vamos a aceptar los mediocres lugares que nos ofrecen

Querer más que solo sobrevivir es un lujo, las pocas que no peleamos para sobrevivir todos los días, estamos tomando con mucho amor todo el esfuerzo, conocimiento y libertad que las mujeres rebeldes y valientes nos legaron. Vamos a compartirlo con todas y cada una de las mujeres que quieran y puedan escuchar. Lucharemos por la libertad y autonomía de todas las mujeres. Esta lucha no acabará hasta que logremos que todas tengamos el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y vidas libremente, el mundo que queremos no es sólo un sueño podemos alcanzarlo juntas.